17 marzo 2010

¡Ah, café!



Debido a que esta semana la veo gris y ocupada, muy ocupada, encuentro que uno de los pocos momentos que me calman el día y en el que me doy mi espacio y mi tiempo para disfrutar, es cuando tomo café.


Una taza de café al día puede hacer la diferencia, y es que hay muchas personas que lo asocian a despertarse, a empezar el día y como un estimulante, pero yo no, a mí me gusta mi taza de café al despertar y antes de dormir, aunque una rica taza de café caliente después de comer no la rechazo, sobretodo si es café molido y hecho en cafetera, porque eso del instantáneo simplemente ya no me sabe y descafeinado menos, como me dijo un amigo: "el café descafeinado es como la leche deslactosada, simplemente agua"; claro que no por ello critico a las personas que los consuman, sólo que a mí no me gustan.


Curiosamente, al café, aparte de las asociaciones anteriores, en psicología lo relacionan con el sexo, algo que ha llamado mi atención últimamente porque no entiendo dicha relación. El café, según yo, como bebida tiene las características de ser caliente, con un dejo amargo, preferentemente sin azúcar para saborearlo debidamente y, sobretodo, que se toma despacio, muy despacio; y con respecto al sexo, bueno, en gustos se rompen géneros, pero estoy segura que no tiene que ser amargo, aunque a decir verdad, muchas relaciones terminan dejando ese sabor de boca; en este caso dejo a su consideración dicho análisis.


De cualquier forma, el café es delicioso, y gracias a la carga de trabajo de esta semana, que mejor que dedicarle una entrada a esta bebida que me acompaña todas las noches y algunas mañanas.

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