Este fin de semana que acaba de pasar ha sido uno de los peores de toda mi vida, y no quiero ser exagerada, pero es verdad, lo explicaré. Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo ves perdido, pero ¿qué pasa cuando sabes lo que tienes y lo pierdes? La respuesta es que uno se siente desolado y abatido, cuando por azares del destino algo cambia repentinamente y no te da tiempo de reaccionar. En este fin de semana experimenté esta situación.
Para no entrar en detalle, sólo diré que una de mis mascotas se perdió, afortunadamente lo recuperamos a los dos días, pero esos dos días sólo los puedo comparar con lo que sentí con la muerte de un ser querido hace muchos años. Soy del tipo de personas que me encariño muy fácil, pero cuando lo digo es en serio: muy facilmente hago a algo o alguien parte de mi vida, y con mis mascotas no es la excepción, las trato como si fueran parte de mi familia, que de hecho lo son, entonces es sencillo imaginarse que ante la falta de alguien de tu familia, de una forma que no previas, te sientas perdido.
Aunado a lo anterior, este fin de semana ya lo había preparado todo para dedicarme a terminar mis trabajos finales y estudiar para mis exámenes y exposiciones también finales, demás está decir que no lo pude hacer; por más que trataba de concentrarme, la mente me traicionaba y recurrentemente me abordaba una sensación de incertidumbre, tristeza, abandono y dolor, como un cóctel para la depresión, y físicamente tenía la impresión de que me faltaba algo, un brazo o una parte de mi estómago o de mi cabeza; lo peor de todo es que esa sensación era compartida por toda mi familia creando una atmósfera pesada y triste, no tengo otra palabra para describirla. No le deseo esta sensación a nadie, ni a la persona que peor me caiga y vuelvo a afirmar: uno de los peores fines de semana de mi vida.
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