¿Qué fuerza magnética tienen tus ojos que despierto para que me vean todos los días o cómo es que busco tu mirada para saber que estoy presente?
¿Cómo es que te has adentrado tanto en mí? No lo sé. Lo único que es seguro es que sueño con tus manos tocando mi cuerpo, con tu barba raspando mis muslos y tu boca, ¡ay tu boca! Esos dos labios que podrían darme escalofríos toda la noche.
De un momento a otro, de darte los buenos días en la calle a sólo pensar en ti, de ignorar tu presencia a querer ser tu motivo de adoración. Deseo nuevamente tus ojos que me miraban entre lujuria, deseo y ternura, la aspereza de tus manos después de un día de trabajo entrelazada a la suavidad de las mías.
Tal vez fuera por tus tontos intentos de darme celos, de mostrar las mismas atenciones a otras cuando era claro que te desvivías por mí, que la razón de tus visitas era yo, que alimentabas constantemente mi necesidad de atención, que a pesar de todo me idolatrabas y glorificabas, que ya no pienso en otro, no sueño con ningún otro que contigo.
Me imagino entregándome a ti, poniendo mi cuerpo a tu disposición y gozo. Excitándote con el olor de mi cabello largo, retirando mi ropa como si desenvolvieras un regalo que habías esperado por tanto tiempo, generando expectación y ansía hasta que por fin llegas a mi desnudez y tratas de mezclar tu piel morena con la blancura de la mía. Aprisionando mis senos con tus manos, llevando mis caderas a tu compás, con tu aliento recorriendo cada milímetro de mi piel mostrando una entera devoción a cada beso, en cada toque con tu lengua la intención de dejar un sello permanente que muestre tu victoria. El triunfo sobre la criatura indomable y caprichosa que hoy te pide que la hagas tuya, sólo tuya.
Como quien sale de un letargo placentero, quedo yo sin ti; toda esa ensoñación sólo me queda para pensarte y rogarte con la mirada que vuelvas a desearme y te armes de valor para correr detrás de mí, tomarme del brazo y besarme mientras me envuelves con tus brazos.
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