Llueve y no consigo alejar mi pensamiento de ti, de tus labios, de tu cuerpo, de tu olor. Llueve, es primavera, pero no sale el sol, las gotas de agua sobre mi ventana me hacen recordar aquellas gotas que en algún momento fueron para ti.
Llueve, como aquella vez que me tomaste entre tus brazos y cubriste mi frente con tus besos, sigo hechizada con esa sensación, pero esta tarde sólo hay lluvia. La adicción que has dejado en mí no la puedo eliminar, no soy capaz, me consume y a la vez me reanima.
No lo puedo negar, formas parte de mí, la marca de tus dedos sigue en mí, invisibles, sólo yo puedo distinguir tus huellas, seguir su rastro, dibujarlas con los ojos. ¿Cómo es que no pensaste en la obsesión que generarías? ¿Por qué nunca me dijiste que serías tan efímero como el tiempo, tan inasible como el aire?
Me consumías y me consumo en tu recuerdo, me haces falta sin querer, sólo soñando te alcanzo, pero me despierta la lluvia, de esos sueños con los ojos abiertos, y el frío, ¡cómo hace frío! ¿Cómo lo soportas? No quiero contestar, sé la respuesta, el calor de otro cuerpo, la suavidad de otra piel, las caricias de otras manos es bajo lo que te resguardas de esta lluvia torrencial y espantosa.
Dime cómo escapar de mis pensamientos porque ellos simplemente no se alejan de ti, no te dejan ir, el mismo cielo gris refleja el estado de mi mente, de la inconsistencia en la conexión de mis neuronas. Priorizar, cubrirme con una manta, tomar una taza de café, terapia ocupacional, trabajo, tarea, quehacer, atender a mis mascotas, salir con mis amigos, sí, sacar energía de donde se pueda, desde el fondo de mi ser, separarme de la ventana desde donde puedo ver esta lluvia, cerrar mis oídos al golpe que produce contra las paredes, terminar con esto.
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